viernes, noviembre 25, 2005

Marciano en la Tierra sin cámara.

Esta mañana estaba en la sala de profesores mirando por una ventana. Una compañera de trabajo me ha visto. “Tú siempre estás que te tiras, que no” me ha dicho. Ha hecho este comentario porque siempre que me ve estoy mirando por una ventana. Tengo otra compañera que siempre que me ve me dice: “Tú siempre estás comiendo”. Y es que siempre me ve comiendo (Sí, como mucho, dar clase es agotador). El caso es que esta mañana, cuando me ha visto mi compañera, mientras miraba por la ventana, no estaba mirando el suelo, no estaba pensando en tirarme, sino que estaba mirando las nubes: había unas nubes curiosísimas, una tenía forma de platillo y era blanco brillante en su panza de ballena y con unos tonos azulados subrayando los bordes curvos; la otra era de un gris plomizo brillante, y se cernía tras el campanario de la capilla de la escuela. Ambas eran impresionantes. Y se lo he dicho a mi compañera: “Mira qué nubes, son formaciones rarísimas – le he explicado, y era cierto: ese tipo de nubes se forman en muy raras ocasiones, al menos en la ciudad donde vivo - , las ves ¿no?”. Sí, me ha contestado ella. “Pues precisamente hoy no he traído la cámara de fotos”. En ese momento ha aparecido el profesor de filosofía y ha preguntado cómo se llamaba ese tipo de formaciones nubosas. Claro, los nombres. La filosofía. “No lo sé” he dicho. No tenía nombres, no tenía cámara. Las nubes continuaron su viaje y al cabo de cinco minutos ya habían cambiado de forma, ya no eran ellas, ya eran simplemente vapor de agua.

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