viernes, febrero 24, 2006

Un albaricoque parlanchín

Mi hermana no aprobaba Física porque se ponía a llorar. Era por empatía con los pasajeros de los trenes que chocan. Yo intentaba explicarle estos problemas y ella me preguntaba con cara compungida ¿Pero son de mercancias o de pasajeros? El resto de mis alumnos de clases particulares me preguntaban: ¿Qué fórmula tengo que utilizar? Esta pregunta siempre me ha sacado de quicio (aún me la hacen). Si me han de preguntar algo, prefiero la pregunta de mi hermana. Intentando explicarle los problemas de Física me inventé infinidad de personajes y cuentos: uno de los personajes que más éxito tuvo fue un albaricoque parlanchín (Albarcoc), y uno de los cuentos contaba la historia de amor entre una hormiga y un melocotón,... en fin, historias. El caso es que mi hermana suspendió Física. En cuanto a las Matemáticas... durante su último examen de matemáticas el profesor le dijo: Señorita Guisado, ¿quiere usted hacer el favor de dejar de mirar por la ventana y hacer el examen? Ay, no, ese no fue su último examen de matemáticas. En el último, en lugar de mirar por la ventana se dedicó a mirar al examen de un compañero. Evidentemente, estaba destinada a tener ataques de asma: la empatía actualmente es un valor que cae en picado en el mercado de valores de la evolución.

jueves, febrero 23, 2006

Primer informe de situación de 2006

La situación no es buena, compañeros. Después de tres décadas de infiltrado en este planeta creo que empiezan a sospechar seriamente de mí. Teníamos previsto que tarde o temprano se dieran cuenta de que no soy uno de ellos y creo que el momento está a punto de llegar. Os escribo para pediros instrucciones. Lo último que ha ocurrido, ha ocurrido esta misma mañana. Hoy me tocaba vigilancia de recreo, y el sitio donde tenía que vigilar era el bar del colegio, así que ahí me he ido cuando ha sonado el timbre a las once de la mañana. Normalmente suelo pasearme entre las mesas pero hoy mis alumnos habían tenido examen conmigo y estaban muy nerviosos y enfadados porque, según ellos, el examen había sido muy difícil, así que he decidido quedarme quieto y callado en un extremo del bar. Estaba cerca de un rincón desde donde podía abarcar con la mirada prácticamente todo el recinto. El bar estaba lleno de estudiantes con bocadillos y libros, comiendo, hablando, riendo, gritando y aprovechando para repasar los últimos minutos antes del siguiente examen. A pocos metros a mi izquierda he visto a una estudiante sentada en el suelo. Enfrente tenía a otras compañeras que también estaban sentadas en el suelo, pero con su espalda apoyada en la pared. Ella, sin embargo, a sus espaldas tenía una mesa con todas las sillas ocupadas. El detalle que me ha llamado la atención es que su falda (si, llevaba falda, no pantalón) se extendía por el suelo como un lago ondulado bajo una brisa suave. Seguramente, si lo hubiera visto su madre, hubiera puesto el grito en el cielo y, con los pelos de punta y los ojos saltones, hubiera chillado: ¡ NIÑA, NO ENSUCIES LA FALDA ! A mí no se me ha ocurrido decirle nada, simplemente me he fijado en su falda extendida por el suelo y ella erguida en medio como si emergiera de las aguas del lago. No decirle nada ha sido un error. Instantes después de que yo me fijara en esta escena intrascendente ha pasado por ahí el otro profesor que tenía guardia en el bar y le ha dicho que se levantara inmediatamente y que hiciera el favor de buscar una silla si quería sentarse. Después, este compañero ha seguido caminando, ha pasado a mi lado y me ha dado los buenos días sonriendo. Yo también le he sonreído. ¡ Pero ese hombre me ha destrozado el lago ! Creo que empiezan a sospechar de mí. Cada mañana me levanto al amanecer y me camuflo entre ellos, pago los billetes del autobús y del metro, subo escaleras, camino por la calle, digo buenos días al llegar al trabajo, cumplo con las tareas del día, no le digo a la gente lo fea que es en el metro, lo tontos que son cuando se quejan lastimosamente del trabajo, lo equivocados que están cuando aceptan un matrimonio insípido... pero todo esto ya no sirve, no es suficiente. Noto que me absorbe la luz cuando miro por las ventanas, como cuando viajábamos entre los soles, compañeros, y ellos también lo notan, notan cómo chirrían los genes humanos con los que me visto, como si no estuvieran bien asentados. Noto cómo mi sangre empuja hacia el horizonte cada vez que miro el océano, y ellos también lo notan: me huelen diferente, como cuando los perros huelen los terremotos. Me quedo en silencio y tengo la sensación de haber llegado a casa, y ellos lo notan, notan que jamás gritaré un slogan, jamás me dejaré definir por una consigna; notan que si me dan a escoger entre una piedra y un desfile de moda, me quedaré contemplando la piedra. Lo notan, compañeros, ya no es suficiente trabajar bien, sonreír, callar, cumplir. Todos sabemos lo que hacen los seres humanos a los espías en tiempo de guerra. No me hago ilusiones sobre mi futuro. Aun y así, espero instrucciones.

martes, febrero 21, 2006

Victorias cotidianas

Una de mis formas favoritas de hacer la revolución es... besando. Piénsenlo: en la época del dólar, ¿qué puede haber más revolucionario que detener el frenesí que nos enajena para... dar un beso?

sábado, febrero 18, 2006

Botánica proletaria y botánica burguesa

Esta tarde he ido a comprar yogures de soja y galletas de arroz y he acabado pensando en la guerra de Vietnam. Normalmente cuando voy a comprar estos víveres acabo pensando en lo buenas que están las galletas de arroz con chocolate. Pero esta vez no: esta vez me he entretenido mirando una estantería con pastillas para la garganta mientras esperaba a que me cobraran en la caja (es increiblemente fabulosa la variedad de pastillas que hay en el mundo). El caso es que mientras perdía el tiempo absorto en esa increíble variedad de pastillas he visto unas que... bueno, quizá ha llegado el momento de decir que este verano leí un libro titulado El dolor de la guerra, de Bao Ninh, un señor vietnamita que luchó durante diez años en la guerra de Vietnam (la de Vietnam del Norte contra los estadounidenses, concretamente) y que, a pesar de tan radical especialización, sobrevivió. Ahora tiene un hijo que estudia en Estados Unidos y escribe libros. En el que me leí este verano, El dolor de la guerra, basado en sus diez años de guerra, explica que fumaban (o mascaban, la verdad es que ahora no recuerdo) rosa canina porque les sumía en un estado de sopor alucinógeno que les ayudaba a sobrellevar la insoportable situación en la que estaban atrapados. Uno de los componentes de las pastillas que he visto esta tarde, mientras esperaba que me cobraran los yogures de soja (no tenían galletas de arroz), era rosa canina. Si empiezo a ver caracoles voladores por encima del teclado o elefantes con zapatillas de bailarina, os aviso.

Exposición de fotografías

sábado, febrero 04, 2006

Los bigotes de Freddy Mercury


El viernes hice de Freddy Mercury en una representación que organizó el colegio salesiano donde trabajo con motivo de la fiesta de Don Bosco, el fundador de la congregación salesiana. Canté -bueno, en fin, moví la boca- durante 50 segundos siguiendo el play-back del tema We are the champions, de Queen,... y ante la dirección del colegio y un teatro abarrotado de alumnos. Un par de compañeros profesores me acompañaban en el escenario, pero su dignidad estaba a salvo porque llevaban pelucas y dudo que alguien les reconociera. Yo, en cambio, salí sin mis inseparables gafas y tuve que pintarme el bigote con lápiz de ojos porque el mostacho que me había comprado en una tienda de disfraces se despegaba con facilidad. Los alumnos coreaban el we are the champions y se partían de risa, todo a la vez. Ninguno de ellos sabe que hace unos años en la Facultad de Física de la Universidad de Barcelona unos compañeros creyentes cristianos católicos se opusieron a que estampáramos camisetas con la foto que encabeza este artículo. El texto que acompañaba a la foto era: Dios no juega a los dados... juega a los bolos. Y luego iba: Física y los años de la promoción. La foto era de una obra de arte que se exponía en aquellos momentos en Londres (no recuerdo ahora mismo el nombre del artista, lo siento). A mí la verdad es que me traía sin cuidado qué estampación tuviera la camiseta de aquel año pero cuando mi amigo Carles subió a la clase y nos contó que un grupo se negaba a estampar esa camiseta porque decían que era ofensiva, tomé cartas en el asunto. La frase me parecía francamente divertida. Yo y unos cuantos montamos una campaña de defensa no ya de la libertad de expresión sino de la libertad creativa. No porque quisieramos molestar, ofender, incordiar o reírnos de las creencias de nadie, sino simplemente porque la frase combinada con esa imagen nos parecía divertida. Un compañero me preguntó si yo aceptaría una camiseta en la que se ofendiera a Buda. Le contesté: primero, no creo que nuestra camiseta ofenda al Papa; segundo, si una camiseta me pareciera ofensiva, simplemente no la compraría y ya está; tercero, he deconvivir día a día con cosas que me parecen realmente ofensivas, como por ejemplo que haya guerras en el mundo y la riqueza y las oportunidades de acceder a ella estén tan injustamente repartidas en el mundo. Eso sí que es ofensivo. ¿Por qué no se queman las casas de los fabricantes de armas? A mi las armas me ofenden profundamente, muy profundamente, y a nadie parece importarle. Al final me compré varias camisetas. Eso sí, no la llevo en el trabajo, qué le vamos a hacer. En el trabajo a veces llevo bigote. Exactamente ... ¿qué fracción de la Humanidad ha dejado atrás la Edad Media, Freddy?