miércoles, agosto 07, 2019

EL FIN DE LA INFANCIA

     Mamá siempre había cuidado de nosotros. La mañana que la descubrimos quieta al despertarnos, nos dirigimos igualmente al río, tal y como marcaba la costumbre: no sabíamos qué otra cosa hacer. Realizamos la salutación al sol y nos lavamos, como hacíamos cada día, y luego fuimos a los árboles a recoger la fruta que estaba madura: peras y melocotones, principalmente. La sumergimos en el agua del río y la comimos. Era nuestra rutina. Era lo que mamá nos había enseñado a hacer.
- A lo mejor sólo está dormida -dijo Ipteo entre muerdo y muerdo.
- ¿Cuándo has visto tú que mamá necesite dormir? -respondí yo, enfadado.
- Nunca.
- Mamá no es como nosotros, nunca duerme.
Entonces Iptema se puso a llorar con un melocotón en la mano. Yo la abracé para consolarla. Mamá nos había enseñado un montón de cosas pero nunca nos explicó qué hacer si se paraba. Puesto que no sabíamos qué hacer, continuamos con la rutina que nos había inculcado durante años.
Y así pasamos varios días.
Por las mañanas los melocotones nos enseñaban Matemáticas y Física, y las peras, Lengua y Literatura. Por las tardes practicábamos lo que habíamos aprendido en el desayuno. Al final, todos perdimos la esperanza que albergábamos en secreto, en el fondo de nuestro corazón: que mamá volviera a moverse. Mamá no volvió a moverse nunca más. No era diferente a los elefantes y guepardos que se quedan quietos, ni a los lobos que dejan de aullar ni a las águilas que caen del cielo inmóviles de repente. Al cabo de pocos días, fue reciclada.
Nosotros continuamos con nuestro plan de estudios, pero en silencio. Estábamos tristes. Teníamos muchas preguntas y mamá ya no estaba para responderlas. El melocotón que me enseñó a derivar y a integrar debía de contener algo más porque aquel día decidí viajar al norte. Quizá no fue el melocotón. Quizá fueron las fresas. No lo sé.
- Allí están los árboles prohibidos -objetó Iptomeleo.
- Mamá nunca dijo que fueran árboles prohibidos -respondí yo-, sólo dijo que no era el momento.
Me acompañaron Iptema, Ipelaroma e Ipteo. Iperoleo, Iptomeleo y los demás se quedaron.
No tardamos en llegar a árboles cuya fruta no conocíamos pero vimos que las gacelas y otros animales la comían, así que supusimos que nosotros también podíamos comerla.
Fui el primero en probarla y el primero en comprenderlo todo.
Vi el anillo donde vivíamos, y la nave que lo transportaba, vi los motores y el brillo cegador del chorro de partículas. Y también vi los poderosos campos magnéticos que nos protegían desde tiempos ancestrales y lo diminutos que éramos, a pesar de todo, en medio de aquella inmensidad cósmica que contemplaban por primera vez mis ojos. Lo solos que estábamos inmersos en la nada. El silencio.
Éramos una luz ínfima en el corazón de una noche inacabable.
Nuestro destino ni la fruta lo sabía.

Autor: Mohammad S. Hayati. http://www.apod.cat/jupiter-engolit-i-via-lactia