lunes, noviembre 12, 2018

RAZÓN, CIENCIA, HUMANISMO Y PROGRESO

En defensa de Pinker


“El problema es el siguiente, he aquí una muchedumbre de seres racionales que desean, todos, leyes universales para su propia conservación, aun cuando cada uno de ellos, en su interior, se incline por eludir la ley. Se trata de ordenar su vida en una constitución, de tal suerte que, aunque sus sentimientos íntimos sean opuestos y hostiles unos a otros, queden contenidos, y que el resultado público de la conducta de esos seres sea exactamente el mismo que si no tuvieran malos instintos. Ese problema ha de tener solución".

La paz perpetua, Immanuel Kant


Hace unos días acabé de leer En defensa de la Ilustración: por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso, el último libro de Steven Pinker. De él puedo decir que su autor convierte la estadística en algo emocionante. Y no sólo eso: añadiré que me parece un libro de imprescindible lectura en estos tiempos que corren. Lo recomiendo con vehemencia. En ocasiones se ha acusado a Steven Pinker, Dr. en Psicología Experimental, científico cognitivo y profesor de Psicología en la Universidad de Harvard, de ser un optimista fatuo, y a veces con tal violencia verbal que daba la impresión de que lo tuvieran por psicópata insensible al sufrimiento de millones de personas. A juzgar por su obra, toda esta animadversión es totalmente infundada. Steven Pinker nos exhorta a la toma de consciencia y a asumir la responsabilidad que tenemos en nuestro propio bienestar, no a la despreocupación ni a la indiferencia.



En su último libro, el profesor Pinker nos invita a una expedición a las montañas. Para emprenderla, y disfrutar del camino a medida que vayamos ascendiendo, deberemos abandonar nuestro cuerpo cotidiano de circunstancias y sesgos personales y aceptar la mano tendida del mejor conocimiento disponible. No será un paseo fácil (caminar montaña arriba nunca lo es, abandonar nuestro pegajoso cuerpo de prejuicios tampoco) pero valdrá la pena. Las alturas que iremos alcanzando nos permitirán contemplar la sociedad humana desde una perspectiva histórica y pasar a fundamentar nuestras reflexiones y críticas en el conocimiento más que en la pelusa de nuestro ombligo.

Habrá quien sentirá que el conocimiento no determina sus vidas, que hay factores como el trabajo, la familia, el amor o las relaciones sociales que requieren toda su atención y que no es urgente dedicar tiempo a estructurar con claridad un problema o a saber si una determinada afirmación es verdadera o falsa. No estoy hablando necesariamente de personas que no hayan leído un libro en su vida; de hecho, hay quien se deleita estudiando pero considera soporífero investigar por qué la homeopatía no funciona, por ejemplo. Doctores en Filosofía hay (como mínimo uno, a quien conocí) que se encuentran en este último caso. Cuando la apreciación del mundo tiende a fundamentarse en lo revelado más que en lo medido, tal vez sea difícil reconocer que el triunfo de los valores emancipatorios no hay que agradecerlo a un “despertar espiritual” sino a un proceso histórico en el que el conocimiento científico se ha ido acumulando hasta poner en cuestión la visión que teníamos de nosotros mismos en el Universo. Como fruto de este cuestionamiento, cada vez menos seres humanos están dispuestos a guiar su vida por valores de sumisión a autoridades absolutas. Incluso aquellos a los que un Cosmos vacío de todo sentido les parece una horripilancia inasumible y buscan refugio en la religión, probablemente puedan sentirse cómodos bajo su manto porque las comunidades religiosas se han humanizado: han aceptado, en mayor o menor medida, que el ser humano busque el bienestar también aquí y ahora. El humanismo ha triunfado. El mundo que fueron dibujando Copérnico, Kepler, Galileo, Newton, Darwin y muchos otros a lo largo de los últimos siglos, y que seguimos dibujando hoy en día, parece cada vez más incompatible con un ser humano escogido por una entidad sobrenatural para ocupar un lugar preponderante en el Cosmos y, por lo tanto, es extremadamente poco probable que debamos nada a divinidad alguna. Ante semejante panorama, ha ido en aumento el número de seres humanos que han reclamado su derecho a vivir su vida sin someterla a arbitrariedades irracionales, y han buscado acuerdos que estuvieran bien consensuados con sus iguales: el resto de seres humanos. Lo cierto es que el pensamiento mágico rigió durante milenios la vida humana sin cambiarla sustancialmente a mejor. Prometía paraísos siempre y cuando el ser humano aceptara el yugo de lo irracional, y en buena medida lo aceptaba: la gente creía en espíritus y tenía miedo de los volcanes, del mal de ojo, de comer carne cuando no tocaba o de los cometas cuando rasgaban el cielo, y procuraba no cruzarse con gatos negros; y a pesar de todo, el mundo no cambió hasta que no empezamos a pesar y medir, y a basar nuestras decisiones en ello, en lugar de en revelaciones o creencias heredadas. El conocimiento, todo aquel conocimiento que se pueda defender de forma racional en el ágora, cambia la visión que tienen las personas del mundo y, en consecuencia, cambia a las propias personas.

Tal vez, algunos, ante la imposibilidad de sostener que el conocimiento científico carece de importancia, aleguen que es insuficiente. Ciertamente lo es, y nada de lo que he dicho hasta ahora implica lo contrario: un “cómo” no implica un “debe” (Hume). Para proporcionar ese “debe” tenemos otro de los ingredientes fundamentales de la receta hacia el progreso: el humanismo, el convencimiento de que el ser humano es valioso por sí mismo, sin necesidad de apelar a dimensión divina alguna, lo que conlleva un compromiso con el bienestar humano aquí y ahora, sin excusas románticas ni aplazamientos para cuando descubramos El Dorado. Un comentario importante llegados a este punto: desde una perspectiva natural, el ser humano no vale nada: el humanismo es un invento humano. Un regalo que el ser humano se hace a sí mismo, después de milenios de yugos inútiles y culpabilidades y sufrimientos totalmente innecesarios.

Otra crítica frecuente al conocimiento científico, y a la comprensión racional del mundo en general, es que no es más que un invento de una determinada cultura europea, y que se ha usado a lo largo de la historia como instrumento de dominación de otras culturas. Por supuesto, no debería haber sido ni ser así, ni para el científico ni para ningún otro tipo de conocimiento (matemático, filosófico, artístico o literario), y desde luego no hay nada en la comprensión racional del mundo que implique (recordemos a Hume) que tenga necesariamente que ser así. Steven Pinker defiende en su libro la universalidad de la razón y el humanismo, y demuestra, junto con otros, que el balance para la civilización humana del conocimiento acumulado en los últimos siglos ha sido claramente positivo.

Efectivamente, el conocimiento científico no es suficiente. Sin embargo, sí es necesario, de hecho, es imprescindible, si creemos realmente en el progreso humano. Más que un instrumento de dominación, junto con todo aquel conocimiento que podamos defender en el ágora de forma racional, es un instrumento de creación del que la civilización humana no puede prescindir si realmente aspira a construir un mundo en el que imperen los valores humanos, y no la cruda e implacable ley natural. Pinker nos muestra con datos sólidos que estamos encauzados en la construcción de tal mundo, aunque pueda parecernos lo contrario si sólo leemos titulares de periódicos.

A pesar del rigor en su exposición y del entusiasmo que se percibe en ella, no se puede acusar a Steven Pinker de triunfalismo, ni de ser un optimista incondicional: su texto es tanto una defensa de la Ilustración como un recordatorio de lo frágiles que son los logros de la civilización humana. En ningún momento sugiere que podamos abandonar el timón y tumbarnos a la bartola sino más bien todo lo contrario: debemos agarrarlo con más firmeza que nunca y seguir conduciendo la nave según la brújula que nos ha guiado en los últimos dos siglos y pico: razón, ciencia y humanismo. Steven Pinker dedica la primera parte de su libro a demostrar que hacer caso a esta brújula ha funcionado, y su propuesta es clara: sigamos haciéndole caso, no caigamos en el error de creer que el pasado fue mejor, o que lo que funciona es la inmolación en los altares de la ideología.

Steven Pinker sostiene que estamos de viaje, que el progreso es un viaje que vale la pena, una aventura a la que no podemos renunciar, y no es patrimonio de un grupo humano particular sino de toda la Humanidad, pues para comprar billete y embarcarte, en palabras del propio Pinker, “(…) sólo se requieren las convicciones de que la vida es mejor que la muerte, la salud es mejor que la enfermedad, la abundancia es mejor que la penuria, la libertad es mejor que la coerción, la felicidad es mejor que el sufrimiento y el conocimiento es mejor que la superstición y la ignorancia”.

Tal mensaje debería generar un amplio consenso a su alrededor, y me causa desasosiego que no sea así, aunque tengo la esperanza de ser víctima de un sesgo personal. Claro que... ¡cómo no caer en tal sesgo al contemplar el auge, en diferentes lugares del mundo, de líderes políticos nacionalistas, racistas, misóginos y homófobos a los que no es que no les interesen los datos empíricos sino que niegan la misma realidad! ¡Como si no tuviera importancia! El desprestigio de las instituciones políticas que buscan consensos amplios basados en la razón en lugar de la satisfacción inmediata de los caprichos individuales, o colectivos, parece creciente, y corre en paralelo a una polarización en torno a credos ideológicos enfrentados; tal polarización está llevando a un florecimiento inquietante de grupos políticos que prometen soluciones fáciles y rápidas a problemas complejos. Generalmente, estas soluciones pasan por un retorno a lo que ellos llaman “valores tradicionales”, que siempre son unos valores que ordenan el mundo sin miramientos y en aras de los cuales todos deberíamos estar dispuestos a sacrificarnos. Pareciera que un número creciente de personas creyera que viajando solas les iría mejor, que todos aquellos que no piensen como ellos son más lastre que personas, y renunciaran a la moderación, al diálogo y a contrastar sus opiniones con la realidad. Olvidan que la realidad no es un juez injusto e inapelable sino las condiciones a las que tenemos que ceñirnos y que, por lo tanto, conviene estudiar bien porque tarde o temprano habrá que rendirles cuentas. Por este motivo, acabo este breve comentario en defensa de la Ilustración como lo empecé: recalcando que el libro de Steven Pinker me parece imprescindible en estos momentos de tribulación e incertidumbre. Y no sólo porque defienda valores que también yo comparto; sobre todo por cómo los defiende: el profesor Pinker fundamenta todas sus tesis en datos empíricos, gracias a lo cual, abre un espacio de debate racional que nos obliga a todos a ser francos y a ponernos frente al espejo de nuestras propias creencias. Ahora que la Humanidad acumula más poder que nunca en toda su historia, debemos hacernos más responsables que nunca, ser generosos y congregarnos alrededor del fuego de la razón, la ciencia y el humanismo, la única llama que ha iluminado el rostro humano sin pedirle nunca nada a cambio.


Crítica a Pinker

El ser humano siempre ha sido un animal social, y el uso que todos hacemos de la tecnología no hace más que intensificar la dependencia que unos tenemos de otros, hasta el extremo de que no podemos sacar adelante nuestra vida si no es gracias a conocimientos ajenos. Esto nos une en una red cada vez más tupida que, por un lado, impone restricciones a nuestro comportamiento y, por otro, nos otorga libertad y oportunidades.



Diferentes tipos de redes. Cada punto podría representar un ser humano, y las líneas que los unen, las interacciones que se ejercen mutuamente entre ellos.

Steven Pinker atribuye a la expansión de los ideales de la Ilustración el progreso que ha experimentado la Humanidad en los últimos doscientos cincuenta años. Dedica buena parte de su libro a dejar en evidencia dicho progreso. Sin embargo, en mi opinión, cabría discutir con mayor profundidad cuál es la causa de éste: ¿es necesario que todos y cada uno de los nodos de la red valoren los frutos de la razón y a la razón misma como instrumento para conocer el mundo? ¿O es suficiente con que las redes en que se conectan los seres humanos se hagan más tupidas para que se produzca el progreso? ¿Se pueden hacer más tupidas sin que la razón triunfe como valor fundamental de la sociedad?

Creo que estas cuestiones merecen un análisis más detallado del que hace Pinker en su libro, sobre todo teniendo en cuenta que la mayor parte de nodos de la red suelen comportarse de una forma impulsiva y gregaria y no utilizan la razón para conocer el mundo sino para mantener su ilusión cognitiva favorita. ¿Qué es lo que aseguraría con mayor certeza, entonces, que el progreso continuara adelante: obligar a los nodos a comportarse de una forma racional (vacunación obligatoria) o aumentar la interconectividad (multar en caso de perjuicios a hijos o terceros)? Si tenemos en cuenta todos los problemas a los que se enfrenta la Humanidad hoy en día, estas cuestiones ameritan un análisis profundo y cuantitativo urgente. Tal vez sería una buena segunda parte de “En defensa de la Ilustración”, aunque en la elaboración de tal libro deberían intervenir, sin duda, además de psicólogos experimentales, economistas, físicos y matemáticos, como mínimo.

Habría que dilucidar:

1- Las características de la red.
2- En qué medida y cómo dependen éstas de las características de los nodos.
3- En qué medida y cómo dependen éstas, a su vez, de la razón.

El propio Pinker, al hablar de energía, entropía e información, apunta en su libro por dónde podrían ir los tiros. Pero los detalles son importantes. La magia está en ellos. Máxime cuando el objetivo último es determinar no sólo la estabilidad de la red sino qué evita su anquilosamiento y asegura el progreso humano.

Sirvan estas consideraciones para tomar consciencia del problema al que nos enfrentamos. En la misma línea de Kant, sin embargo, me atreveré a afirmar: este problema ha de tener solución. Pinker da un primer paso imprescindible al fundamentar su discurso en datos empíricos, pero hay que seguir caminando. Tal vez haya personas a las que les parezca perturbador mezclar humanismo y matemáticas, y apelen a aquella escena de “El club de los poetas muertos” en la que Mr. Keating pedía a sus alumnos que arrancaran las primeras páginas de sus libros de texto sobre poesía, donde se decía que la calidad de un poema podía medirse mediante unos ejes cartesianos. Les responderé que aquí no se habla de poesía sino de intentar conseguir que la poesía sea posible en nuestro mundo, un mundo regido por frías leyes naturales que nada saben sobre angustias humanas, ni les importan. La vida humana se hace más rica y profunda no gracias a las certezas absolutas sino cuando admitimos la posibilidad de estar equivocados. Observen con atención a su alrededor, por favor: los profesores de literatura no son las únicas personas de mirada soñadora que intentan liberar a la humanidad de la esclavitud de sus herencias. El enemigo no es la ciencia ni el conocimiento. El enemigo ha sido siempre el mismo: el desprecio por la vida humana y la ignorancia, y el apego a ella.



domingo, octubre 28, 2018

¿Vacunación? Sí, claro.


Una breve recopilación de fuentes de información sobre las vacunas:
1-¿Por qué son imprescindibles?:

La evidencia es lo que cuenta

2- No tenga miedo al aluminio:

Preguntas frecuentes y respuestas fiables


No hay que temer, hay que conocer


Teresa Forcades NO es una buena fuente de información
(Esta última está en catalán, pero no hay ningún problema si hay voluntad de entender. También es verdad que ayuda un traductor )

3- ¿Vacunas y mercurio? Ante todo mucha calma:
5- Vacuna contra el virus del papiloma humano, ¿es peligrosa? No. Estudios al respecto:

Vacuna contra el VPH 1

Vacuna contra el VPH 2

6- Vacuna contra el virus del papiloma humano, ¿es eficaz? Sí:
7- Mapa mundial de brotes que se hubieran podido prevenir mediante las vacunas:

Mapa mundial de brotes

8- Diez mitos sobre las vacunas, y diez hechos verdaderos:

Diez mitos y diez verdades

9- Un libro:

sábado, octubre 20, 2018

CUIDADO CON EL MMS Y SUS PROMOTORES


Teresa Forcades publicó un escrito el 19 de octubre en el que realizaba una serie de afirmaciones sobre el MMS que no son ciertas. Lo primero que decía es que el MMS no es lejía. Miente. El producto que venden como MMS es lejía. Es una disolución al 28% de clorito de sodio (NaClO2) que se vende como si tuviera propiedades terapéuticas, lo cual es una barbaridad. El clorito de sodio es una sustancia química extremadamente peligrosa. En el mercado hay diferentes productos basados en esta sustancia que se venden para desinfectar piscinas y como producto industrial, para blanquear papel, por ejemplo. Esto es legal, y siempre se vende con advertencias claras de que es extremadamente peligroso y que hay que saber muy bien cómo utilizarlo. Lo que no es legal es venderlo como medicamento. Y no es ninguna conspiración a nivel mundial. Que una sustancia se venda no quiere decir que se pueda ingerir. Por ejemplo, la lejía doméstica se vende pero a nadie se le debería ocurrir beberla. La lejía doméstica es una disolución al 5% de hipoclorito de sodio (NaClO). El hipoclorito de sodio y el clorito de sodio forman parte de una misma familia de sustancias químicas a las que se les llama “lejías basadas en cloro”. ¿Por qué a todas ellas se les llama lejía? Porque todas son oxidantes muy fuertes y tienen un comportamiento químico similar (esto no tiene por qué sorprender a nadie: hay muchos tipos de ácidos, con diferentes formulaciones, y a todos se les llama ácidos porque tienen un comportamiento químico similar). Por lo tanto, ¿es lejía el MMS? Sí, es lejía, es un tipo de lejía de uso industrial, de composición sólo ligeramente diferente a la doméstica, pero lejía, y además, tal y como se vende, muchísimo más concentrada que la doméstica.







Otra de las cosas que Teresa Forcades afirma en su escrito es que en un ensayo clínico se inyectaba 2mg/kg de clorito de sodio a los pacientes y que las dosis en las que se recomienda el MMS son entre dos mil y doscientas veces inferior. Esto es otra mentira. En el estudio citado por Forcades se inyectó una sustancia llamada NP001 que está en estudio clínico (y que de momento no da resultados demasiado satisfactorios). Esta sustancia NP001 es una disolución de clorito de sodio, cierto, pero en una concentración muchísimo más baja que la del MMS. Por lo tanto, cuando ella dice que se inyectó 2mg/kg de clorito de sodio… MIENTE. Se inyectó 2mg/kg de NP001. No hay mucha información sobre la composición del NP001. Lo que yo he encontrado es que tiene una concentración de 5.43 gramos por litro de clorito de sodio. Comparen con los 280 gramos por litro del MMS. Por otra parte, los protocolos del MMS, al menos los que yo he consultado en la página de Kalcker, que es otro de los individuos que promocionan su uso, prescriben cantidades que, si se hacen los cálculos, implican como mínimo 1mg/kg al día (repito: como mínimo).

Estudio citado por T. Forcades

Supuesta composición del NP001 (enlace al final del artículo)


Hay un error en la solubilidad: es de 36 gramos por 100 mL, no de 39 gramos (gracias I. :) )




Lo que dice sobre que J. Pàmies es un honrado agricultor no lo voy ni a comentar. Para empezar, J. Pàmies no es agricultor. Es un horticultor que vende plantas como si fueran medicinas. Teresa Forcades debería saber que una planta no es una medicina. Si no lo sabe, que vuelva a estudiar medicina y que preste más atención.

Un comentario final. En los “protocolos” del MMS se dice que hay que “activarlo” mezclándolo con ácido. Esto es extremadamente peligroso porque se forma un gas llamado dióxido de cloro con el que hay que tener muchísimo cuidado. La operación de mezclar MMS con ácido es semejante a lo que mis padres y mis abuelos me decían que no había que hacer JAMÁS: mezclar lejía con salfumán (el salfumán es una disolución de ácido clorhídrico). Si se hace, se forma gas cloro (el mismo que utilizaban en la I Guerra Mundial como arma química). “Activar” el MMS equivale a mezclar lejía con salfumán.


ESTUDIO CITADO POR FORCADES: https://clinicaltrials.gov/ct2/show/record/NCT02794857 

OTRO ESTUDIO DONDE DICEN QUE EL PN001 ES “SODIUM CHLORITE” PURIFICADO:
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC5524125/

(No son los únicos que se han hecho. Otros estudios que han utilizado disoluciones de clorito de sodio en animales no han detectado ningún efecto beneficioso)

PÁGINA DONDE MENCIONAN LA COMPOSICIÓN DEL NP001:
http://forum.mndassociation.org/showthread.php?696-Neuraltus-NP001/page18


lunes, septiembre 24, 2018

domingo, agosto 26, 2018

NÉMESIS, de Philip Roth

Eres profesor en una escuela de verano. Estás rodeado de niños llenos de vitalidad y un tanto inconscientes: se pasarían todo el día jugando a pleno sol sin pensar en las consecuencias... deshidratación, insolación... esas cosas. Así que tienes que cuidar de ellos. Los padres confían en la institución donde trabajas, personificada en ti: dejan que sus hijos acudan cada día al centro sin ninguna inquietud. Sienten que contigo están seguros. Hasta que un día un niño se pone enfermo, y muere. Y luego otro, y otro. Algunos no mueren, pero quedan deformados, o encerrados de por vida en un pulmón artificial. No es como una bomba, que cae y arrasa de una vez. Es más bien una cadena, o una marea que va subiendo, imparable. Parece un juego de azar lento pero inexorable en el que participa toda la ciudad en la que vives. ¿Quién será el próximo? ¿Por qué fulanito y no menganito? Aparece la inquietud, luego la angustia... finalmente cunde el pánico. Los niños van cayendo, y también algunos adultos. Los humanos, impotentes, ven cómo la naturaleza (lo “natural”, lo “bio”) impone su ley, impasible, sin ni siquiera saber (ni interesarle) que existe el amor o la belleza. Los padres lloran, los amigos también, pero no pueden hacer nada. Rezan. Gimotean. Mordisquean sus pensamientos como perros apaleados. Nada. El rodillo de la naturaleza sigue su curso, inflexible. Todos bajan la cerviz e hincan la rodilla ante él porque, sencillamente, carecen del conocimiento necesario para enfrentarse al Universo; aún faltan once años para que llegue la salvación, o al menos la esperanza. Hasta ese momento, en el ahora de desolación y desconcierto que te ha tocado vivir, la pregunta es: ¿qué vas a hacer tú, como profesor y como persona? ¿Por qué opción optarás? No tienes mucho donde escoger. ¿Huirás? ¿O te quedarás, aunque sea un gesto inútil? Hagas lo que hagas, vivirás un infierno. Estás atrapado, como en las peores pesadillas o en las mejores películas de terror... Ah, ¿se trata del argumento de una película de terror? No, no es ficción: es historia. Ocurrió realmente. Durante miles de años, además, hasta el siglo XX (y en algunos lugares del mundo, demasiados, sigue ocurriendo). Lo narra Philip Roth en su novela Némesis. Buena suerte.


lunes, julio 09, 2018

Teniente coronel Emilio Herrera

Emilio Herrera Linares fue un ingeniero militar español que nació en Granada en 1879 y murió en Ginebra en 1967. Estudió en la Academia de Ingenieros de Guadalajara y solicitó, una vez licenciado con el grado de teniente en 1903, el traslado a la Escuela Práctica de Aeroestación, con el objetivo de aprender a manejar esas máquinas tan fascinantes que eran cada vez más utilizadas y que permitían acceder a nuevas perspectivas sobre nuestro mundo: los aerostatos. Con el tiempo, Emilio Herrera se convertiría en un pionero de la aeronáutica no sólo en España sino en el mundo entero. Su pasión por contemplar la Tierra a alturas cada vez mayores le llevó a diseñar en 1935 un globo que podía alcanzar los veintiséis quilómetros de altura. Un vehículo así no podía ser pilotado con la protección de una simple cazadora de cuero, por muy buena que fuera y mucho que abrigara, así que Emilio Herrera diseñó también la “escafandra estratonáutica”, un traje autónomo pensado para que quien se aventurara en dominios tan elevados pudiera sobrevivir a las duras condiciones que se dan en las capas altas de la atmósfera. La guerra civil, desgraciadamente, interrumpió las investigaciones y desarrollos del para entonces teniente coronel Herrera pero su combinación de idealismo y de conocimientos sólidamento fundamentados no pasó desapercibida en el mundo y, años después, la NASA le ofreció trabajar para su programa espacial. La agencia estadounidense se había basado en los estudios del ingeniero español para desarrollar sus trajes espaciales y ofrecieron a Herrera un cheque en blanco; éste, sin embargo, puso una condición que los estadounidenses no pudieron aceptar: que la bandera española ondeara en la Luna al lado de la de Estados Unidos (lo de ondear, obviamente, es una forma de hablar). Como homenaje a este ingeniero con espíritu científico y pionero que defendió la República frente a la oleada fascista que asoló Europa, y el mundo entero, en uno de los momentos más tristes de la historia, decidí poner su nombre al submarino nuclear que aparece en el relato "El jugador impasible". Así me lo había sugerido Antonio Guisado Giménez al manifestarle yo mis intenciones de bautizar tal escenario con nombre propio, y mis problemas con esta intención porque sólo se me ocurrían nombres tópicos y manidos. He de confesar que al principio dudé: ¿No sería un poco extraño dar a un submarino nuclear el nombre de un ingeniero aeronáutico? En seguida me di cuenta, sin embargo, de que en el fondo no era nada descabellado pues Emilio Herrera sentía auténtica pasión por la Física y sus aplicaciones, tanto en lo civil como en lo militar. No sólo era seguidor y firme defensor de la Teoría de la Relatividad de Einstein (tanto de su versión restringida como de la general) sino que estaba al corriente de los últimos avances en el terreno de la energía nuclear y, de hecho, fue nombrado consultor de la UNESCO sobre física nuclear. Estoy seguro, aunque me encantaría (me respondiera lo que me respondiera) poder preguntarle a él personalmente, que Emilio Herrera veía en la energía nuclear un poder que permitiría al ser humano acceder por fin a espacios a los que antes jamás hubiera soñado llegar. La fotografía que ilustra estas líneas es de Antonio Guisado, a quien agradezco enormemente haberme presentado al teniente coronel Herrera. "El jugador impasible" es el relato que da título a la antología "El jugador impasible y otros gritos camuflados de relato", publicada por Ediciones El Transbordador

lunes, mayo 14, 2018

TDAH y libertad

Artículo de Miguel Espigado: ¿Somos todos enfermos mentales?

Mi respuesta:

Miguel, el tema me interesa mucho y te agradezco que me hayas etiquetado. He de aclarar, sin embargo, que estoy en desacuerdo con algunos aspectos de tu artículo. En otros puntos estoy totalmente de acuerdo, y desde luego comparto la preocupación que manifiestas en tu escrito. Es un tema muy complejo. Intentaré exponer mi postura de la forma más ordenada posible. Para empezar, creo que habría que distinguir entre el cuerpo de conocimiento científico bien establecido y la utilización comercial de estos conocimientos científicos. Creo que hoy en día, gracias a la cantidad de conocimiento acumulado desde los tiempos de Santiago Ramón y Cajal, estamos en la mejor posición de la historia a la hora de tratar no sólo los trastornos que implican al cerebro sino cualquier otra situación que cause dolor y sufrimiento. Evidentemente, no es suficiente: queda muchísimo camino por recorrer, pero estoy seguro de que la Humanidad lo recorrerá poco a poco (ojalá lo más rápidamente posible). Sí es verdad que falta sabiduría a la hora de aplicar este ingente conocimiento que tras muchos años de esfuerzo se ha logrado asentar. Los intereses económicos de las farmacéuticas, la ignorancia y las limitaciones características de los seres humanos individuales juegan muchas veces en contra de conseguir una visión clara de la realidad. No voy a entrar a valorar el DSM, pues no soy especialista. Pero sí me gustaría apuntar que venimos de épocas en las que una ignorancia total cubría como un grueso velo negro nuestros ojos, y toda esa oscuridad no era poblada, salvo excepciones, por literatura y poesía sino por superstición, miedo y sufrimiento. Tengo la convicción de que no podemos olvidar de dónde venimos. Y, por supuesto, tampoco podemos olvidar mejorar a partir del punto donde nos hallamos. La crítica necesaria para esta mejora, se la dejaré a los especialistas. En todo caso, como ciudadano, les recordaré siempre que tenga ocasión, tal y como haces tú en tu artículo, su enorme responsabilidad y lo que debería ser un compromiso insobornable con el código deontológico de su profesión.

También me gustaría hacer un par de comentarios basados en mi experiencia personal. Soy consciente de su valor meramente anecdótico debido a lo limitado de las experiencias personales.

El primero, y más importante, es sobre el TDAH. Decía antes que no soy especialista, sin embargo, mis quince años de experiencia como profesor me llevan a pensar que sí existe este trastorno (y creo que hay consenso en este sentido entre psicólogos y médicos). Ahora bien, también es verdad que, probablemente, esté sobrediagnosticado. Esto lo admitió el propio Leon Eisenberg, el psiquiatra que incluyó por primera vez este tipo de trastorno en el DSM. Por cierto, en algunas webs aseguran que este señor afirmó antes de morir que el TDAH era una enfermedad ficticia, pero no es cierto: lo que dijo es que estaba sobrediagnosticado, que es muy diferente. He encontrado este artículo en la web donde lo explica con más detalle: "Lo que realmente dijo Leon Eisenberg"

De este mismo artículo extraigo: “Para el diagnóstico del TDAH se han establecido que deben presentarse al menos seis o más síntomas de inatención (descuido de detalles, dificultades de mantenimiento de la atención, mente ocupada que hace no escuchar, no finalización o seguimiento de tareas o instrucciones por distracción, dificultades de organización, pérdida de elementos, evitación de tareas sostenidas en el tiempo, distracción fácil, olvido de actividades cotidianas) y/o seis síntomas de hiperactividad e impulsividad (jugueteo constante, se levante en circunstancias en que debería permanecer sentado, inquietud motora, habla excesiva, dificultad para la espera de turno, interrupción de las actividades de otros, anticipación a la respuesta del otro en una conversación llegando a terminar las frases de otros, incapacidad de jugar con tranquilidad, correteo en situaciones inapropiadas).
Algunos de estos síntomas pueden parecer normales a determinadas edades, pero para el diagnóstico del TDAH se exige que sean mantenidas durante seis meses en un grado que no corresponda con el nivel de desarrollo del sujeto, teniéndose en cuenta la edad y el nivel intelectual del sujeto. Es decir, en el diagnóstico se tiene o debería tener en cuenta que los síntomas se den de forma anómala o exagerada. También se tiene en cuenta que la sintomatología no se de en un único ambiente o situación, sino que se dé de una manera generalizada en al menos dos ambientes diferentes (descartándose pues que únicamente se dieran en la escuela) y produciéndose un deterioro claro de las actividades del individuo.”

El cartel que viste en la farmacia tal vez sea desafortunado y superficial, como toda publicidad, pero el tema es serio y, creo, hoy en día se intenta tratar con la máxima seriedad posible, al menos por parte de los profesionales que estamos en contacto con él. Por supuesto, no estoy apelando a la medicalización de todos los niños que sean diagnosticados con TDAH: apelo al correcto diagnóstico. Quizá haya casos que con un tratamiento psicológico tengan suficiente. No lo sé: deben decidirlo los especialistas. He tenido alumnos con TDAH medicados durante años que han conseguido acabar el bachillerato y empezar estudios superiores. Otros, poco menos que a la deriva por no aceptar el diagnóstico, o por miedo a la medicación, no conseguían acabar ni la ESO. Estos alumnos en los que estoy pensando no eran simplemente inquietos, ni “rebeldes”, sino personas incapaces de tener una experiencia vital satisfactoria y provechosa. Ellos, y sus familias, sufrían muchísimo durante años. Los tratamientos no les solucionaban mágicamente el problema, pero al menos les ayudaban en su difícil camino personal. Por cierto, si ya el consumo de drogas es malo en la adolescencia (y, de hecho, en cualquier edad), en estos casos es simple y llanamente devastador.

El segundo comentario es más general. Me sorprende el miedo al estudio científico de la realidad en general y del cerebro humano en particular que parece traslucirse en no pocos escritos de personas que se vinculan tradicionalmente al campo de las letras (a mí personalmente me horroriza la distinción entre ciencias y letras). Da la impresión de que algunos escritores, cineastas y artistas en general crean que el estudio sistemático y cuantificado de todos los procesos naturales implique una deshumanización del ser humano. Mi experiencia, por el contrario, es toda la contraria: el conocimiento lo más exacto posible de la realidad lleva a una mayor empatía con nuestros semejantes y a un enriquecimiento profundo de la experiencia humana. Las mismas leyes físicas que permiten y controlan el vuelo de un avión, rigen el bombeo de la sangre a través de venas y arterias (y no es una metáfora), la misma electricidad que se produce en placas solares o centrales nucleares es la que alumbra el bosque de neuronas de nuestro cerebro. No hay una frontera que nos separe del mundo. Nuestro cuerpo también es Física, Química y Biología, y saberlo y profundizar en ese conocimiento no es un tema ni trivial ni secundario, de hecho, creo que es un camino imprescindible a seguir si queremos ser realmente lo más libres que podamos. De la misma forma que ya nadie hoy en día pensaría que tras el vuelo de un cometa actúa una voluntad divina, tampoco se le cruzará a nadie por la cabeza achacar los trastornos mentales a fuerzas oscuras más allá de nuestra comprensión. Si hay algo en el ser humano que esté más allá de la comprensión de éste, o de su capacidad de cuantificación, ya se verá; en cualquier caso, la dignidad humana no depende de si el ser humano es incuantificable o no, sino de su propia condición humana, y ésta no está en peligro por mucho conocimiento científico que acumulemos sobre nosotros mismos. Creo que el conocimiento científico del propio ser humano enriquecerá la experiencia humana y la ampliará, en lugar de limitarla, y que es, muy probablemente, un elemento necesario para lograr una visión completa del ser humano y, no sólo eso, sino también mayor empatía, menos culpabilización y más libertad. Eso sí: un gran poder implica una gran responsabilidad y, por lo tanto, es muy cierto que debemos mantenernos vigilantes sobre el uso que se haga de este conocimiento.

Para acabar, me gustaría compartir esta entrevista que le hizo Iñaki Gabilondo a Rafael Yuste, neurobiólogo español e ideólogo del proyecto BRAIN:

Primera parte (20')