sábado, abril 23, 2022

LOS DIEZ MIL NOMBRES

Portada de Los diez mil nombres. Ilustración de Pedro Tornero.


“Un cerdo que no vuela, no es más que un cerdo”.
Hayao Miyazaki en Porco Rosso.

“Los diez mil nombres” es una novela de terror. De terror cósmico. Prácticamente no tendrá lectores, prácticamente no gustará a nadie. Es normal. Lo que queremos es que nos entretengan, no que nos recuerden quiénes somos, dónde estamos, qué hacemos. Ni siquiera queremos que nos inspiren. Todo aquello que nos inspira, nos obliga a participar, y participar en el juego de la vida aspirando a ser algo más que un cerdo que no vuela es enfrentarse al infinito, a la incertidumbre, a lo inquietante, a las estrellas indiferentes, a la nada… un reto difícil de asumir para seres finitos como nosotros. Los diez mil nombres es una novela de terror porque nos recuerda que somos insignificantes y frágiles. Una posible respuesta es el entretenimiento, sí. Otra posibilidad es arder en llamas, como las estrellas. Y si has llegado hasta aquí, estás obligado a escoger:

Entretenimiento: huye y olvídame, quítate la mascarilla y sé feliz
Estrellas: escribe a loscuentosfantasticosADgmailPUNTOcom

lunes, abril 04, 2022

EL VALLE DE LOS AVASALLADOS


Desde que empezó la pandemia, intentar preservar la salud es nadar contracorriente. La sociedad en su conjunto ha decidido no atender a lo que sabemos sobre el virus y su transmisión, vencida por la inercia de las costumbres. Actuar de forma coherente con el conocimiento que tenemos sobre el virus, en realidad, no habría supuesto un gran sacrificio, si hubiéramos actuado de forma coordinada. Llevar bien ajustada una mascarilla de calidad, ventilar e instalar filtros adecuados para higienizar el aire habría ayudado significativamente a reducir el número de víctimas y el dolor de muchos a cambio de un esfuerzo insignificante. Lo que afirmo no es mi opinión: está respaldado por la mejor evidencia disponible, y por lo que sabemos de Física y Biología básicas. Sin embargo, a pesar de todo, se ha decidido, de forma colectiva, que no valía la pena intentarlo.


Algunos se atreven a decir que llevar mascarilla va contra la libertad individual, cuando la realidad es que no hacerlo es un acto de violencia contra los demás, el gobierno ni siquiera se ha atrevido a prohibir las mascarillas de rejilla, a imponer las FFP2 en el transporte público, a reducir su iva, a hacer cumplir las normas. No ha atendido al deber de ejercer la autoridad, y no lo ha hecho por quedar a bien con los votantes. Ha preferido no molestar a organizar. En esta sociedad, en la que todo tiene que ser blandito para no ofender a nadie, han ganado claramente los miserables. 


Aquellos que no saben que respiran por la nariz, y les da igual llevarla al aire, o directamente viajan sin mascarilla en el transporte público, o están en recintos cerrados repartiendo su aliento por todas partes, no sienten vergüenza. De hecho, se atreven a sacar pecho, y caminan altivos; se diría que se creen auténticos revolucionarios a los que los demás les debiéramos algo. Incluso aquellos que se tapan la boca con una bufanda o con un buff se atreven a mirarnos a los ojos y a sostener nuestra mirada, como si no se hubiera explicado incontables veces que esos tejidos no sirven para filtrar los aerosoles.


Por si fuera poco, respecto a la ventilación, la mayor parte de la gente tampoco ha querido entender que los aerosoles pueden permanecer durante horas en suspensión, y que abrir las ventanas consigue que se dispersen y salva vidas y ahorra dolor. Al parecer, no tienen recursos suficientes para evitar pasar frío abrigándose adecuadamente. Y eso en un país como éste, donde temperaturas extremas son prácticamente desconocidas. Incluso un gesto tan sencillo como abrir una ventana parece un esfuerzo tan grande en esta sociedad española como el de subir una montaña. A pesar de todo, la gente está orgullosa de sí misma.


El gobierno, en sintonía con la sociedad a la que representa, no ha hecho absolutamente nada. Se ha limitado a comprar vacunas y a hacer teatro. Al ver lo poco que, en general, importa este tema, a pesar de los fallecidos y el dolor, se atreve ahora incluso a decir que la pandemia se ha acabado y actúa en consecuencia, incitándonos a volver a locales cerrados en los que no se ha tomado ninguna medida higiénica, ninguna en absoluto. Lo de comprar vacunas está muy bien, y sólo faltaría que no lo hubieran hecho, pero entiendo que quien ha asumido un cargo político (a nadie se le obliga a ello) tiene una responsabilidad que no se limita a eso. Va mucho más allá.


Hace unos años Jordi Évole acompañó unos días al entonces presidente de Bolivia Evo Morales, con la intención de entrevistarlo y hacer un reportaje sobre su gobierno. Entre otros lugares, estuvieron en un pueblo lejos de cualquier ciudad importante, un pueblo rodeado de selva y de difícil acceso. Fueron allí porque se inauguraba un polideportivo recién construido y el Sr. Morales quería jugar el partido de fútbol inaugural. Aprovechando su estancia allí, los que acompañaban a Jordi Évole tomaron imágenes del pueblo, de sus habitantes, de las calles, de los niños que jugaban en ellas…


Eran calles sin pavimentar y todos los espectadores pudimos ver grupos de niños jugando en medio de zanjas que dividían la calzada. Esas zanjas eran riachuelillos por donde corrían aguas residuales. Sí: no había alcantarillado.


Jordi Évole, después de la inauguración del polideportivo, le preguntó a Evo Morales si no era más urgente dotar de alcantarillado al pueblo. El presidente, sin inmutarse y lleno de convicción, respondió: “Se votó, y el polideportivo fue lo que la gente escogió”.


No sé si la respuesta de Evo Morales se ajusta a lo que realmente pasó en aquel pueblo boliviano, pero tengo la sensación de que sí se ajusta perfectamente a lo que hemos vivido aquí en Europa estos dos últimos años.