martes, agosto 26, 2025

TITO LUCRECIO CARO

Estoy leyendo el De Rerum Natura, de Lucrecio (1), y esta mañana se me han saltado las lágrimas porque he visto que Lucrecio usa la misma metáfora que uso yo para explicar los átomos: los compara con letras (libro I, 190-200, 824 y 912; libro II, 688 y en 1013-1018).

Fragmento del De rerum natura

Al igual que unas mismas letras pueden dar lugar a diferentes palabras según cómo se combinen entre ellas, los átomos pueden dar lugar a diferentes “seres” según cómo se compongan unos con otros... Nunca he visto la teoría corpuscular de la materia explicada de esta manera en ningún libro de texto. Se me ocurrió esta analogía hace algunos años, mucho antes de leer a Lucrecio, y la usé para un artículo (2) y para una charla (3). Después de la charla, una de las asistentes, profesora universitaria, me dijo que le parecía muy original presentar así la teoría atómica. Yo le agradecí el haber asistido y su atención, pero lo de ser original no acababa de creérmelo. Haber leído hoy a Lucrecio, por fin, ha confirmado mis sospechas: no parece haber nada nuevo bajo el Sol.

Fragmento del De rerum natura

Comparar las letras con átomos es una alegoría que sirve para introducir la teoría atómica en la mente humana como quien planta una semilla. Obviamente no hay en el poema de Lucrecio conceptos modernos que sí aparecen en mis explicaciones, como el de molécula, por ejemplo, pero, en esencia, la idea que tuvo Lucrecio dos mil años antes que yo para explicar la teoría atómica es la misma que usé en el artículo y en la charla. Ignoro si ya echaron mano de ella Leucipo y Demócrito antes que Lucrecio, o si el romano fue el primero, pero a partir de hoy estoy seguro de que como mínimo sí la usó Lucrecio, y no es una locura aventurar que también la usaron otros a lo largo de la historia, haya quedado o no constancia escrita.

Podría haberme enfadado con Lucrecio, y con todos los clásicos en general, por no haber dejado nada para la "modernidad", pero no puedo. El sentimiento de agradecimiento supera con creces el (pequeñísimo) fastidio de que ser original sea cada vez más difícil. Una herencia tan rica como la que nos legaron tiene esos “inconvenientes”, a cambio de acrecentar la sensación de formar parte de la misma humanidad, y del mismo camino, a pesar de los miles de años que nos separan.

Tito Lucrecio Caro (c. 99 a. C. – c. 55 a. C.)

Leer a los clásicos suele dejarnos a orillas del océano. Vemos de repente que toda la herencia que nos alimenta, y que nos pesa en la mochila, no empequeñece el mundo sino que más bien nos ayuda a descubrir la inmensidad que nos rodea, el Universo aún inexplorado; y entonces la historia deja de ser un río y pasa a ser un mar donde navegamos todos. Contemplamos las olas, el cielo y el horizonte, como tantos otros antes que nosotros, o buscamos guijarros en la orilla, como los buscaba Newton, y comprendemos que la humanidad no sólo es la humanidad actual: es además todas las humanidades pasadas y todas las que habrán de venir, si finalmente conseguimos que la prosperidad y la fraternidad sean más importantes que el fanatismo religioso o ideológico. Y el nexo de unión entre todas ellas, el cemento que nos une y que permite hablar de un edificio humano común que trasciende al tiempo y al espacio (mientras exista la humanidad), son las ideas que compartimos en el ágora, y gracias a las cuales exploramos y conocemos el mundo.

Fragmento inicial del De rerum natura

(1) De Rerum Natura, Tito Lucrecio Caro, introducción, traducción y notas de Francisco Socas, ed. Gredos.
(3) La charla se titulaba “Diabetes: falacias y verdades”. Invitado por Escèptics en el Pub, la di en Barcelona en el mes de marzo del año 2017. y se grabó en vídeo. Lamentablemente, este vídeo ya no está disponible porque Youtube lo ha censurado. No conozco el motivo, aunque podría ser debido a que los embaucadores a quienes desenmascaraba se han quejado. Si volviera a estar disponible en el futuro, pondría aquí el enlace.


Víctor Guisado Muñoz
(agosto de 2025)

sábado, mayo 10, 2025

ENERGÍA SOLAR FOTOVOLTAICA

Planta solar fotovoltaica Nuñez de Balboa (Badajoz)
Planta solar fotovoltaica Nuñez de Balboa (Badajoz)

Central nuclear de Ascó (Tarragona).

Una forma de conseguir corriente eléctrica es exponer paneles de silicio a la luz del Sol. Al incidir la luz sobre el silicio se produce un flujo de electrones que, bien aprovechado, acaba convertido en la corriente eléctrica que usamos en empresas y hogares. A esta fuente de energía se le llama “energía solar fotovoltaica” y parece muy buena idea, y realmente lo es, pero como cualquier forma de producir corriente eléctrica tiene sus inconvenientes. En mi opinión, el principal es su baja densidad, es decir: para conseguir producir mucha energía necesitas una gran extensión de placas solares. Y cuando hablamos de una gran extensión hablamos de miles de hectáreas para obtener una potencia comparable a la de las centrales térmicas tradicionales (lo de tradicional es una forma de hablar porque hace sólo cien años no existían las centrales térmicas que usamos habitualmente hoy en día). Por ejemplo, la planta solar fotovoltaica Núñez de Balboa (Badajoz) tiene una potencia de 500 MW y ocupa 1000 hectáreas. La central nuclear de Ascó, en comparación, ocupa 250 hectáreas y tiene una potencia de poco más de 2000 MW. Es decir, en una superficie cuatro veces menor es capaz de generar cuatro veces más energía por unidad de tiempo. Pero no sólo eso, si nos fijamos en la cantidad de energía generada anualmente, resulta que la planta solar produce 832 GWh en un año mientras que la central nuclear llega a generar 16207 GWh. Esto significa que con una superficie ocupada cuatro veces menor, se genera del orden de 19 veces más energía a lo largo de un año (1).

Podría aducirse que las centrales nucleares no pueden funcionar sin minas que exploten los recursos minerales, y que estas minas ocupan mucho más espacio; pero es que las centrales solares también necesitan minas. Si se hicieran los cálculos teniendo en cuenta los terrenos necesarios para minería, almacenamiento y transporte los resultados serían los siguientes: nuclear, necesita unas 5 hectáreas por MW; solar fotovoltaica, unas 18 hectáreas por MW; eólica, 29 hectáreas por MW; hidroeléctrica, 127.5 hectáreas por MW (2). Podemos ser escépticos ante este dato (es más: debemos), pero es un resultado plausible teniendo en cuenta la altísima densidad de energía que hay en el núcleo atómico.

¿Quieren estos datos decir que la energía solar fotovoltaica no es tan buena idea, al fin y al cabo? En absoluto, hay otros factores a la hora de valorar el uso de una fuente de energía, pero sí creo que deberían movernos a la reflexión. Actualmente en España hay instaladas suficientes placas solares como para generar hasta 30 GW de potencia, lo cual significa que hay ocupada una superficie equivalente a unas seis ciudades de Barcelona. Si hubiéramos apostado por la nuclear nos quedaría liberado un territorio equivalente a más de cuatro ciudades de Barcelona para bosques, prados, dehesas, campos de cultivo o simplemente parques por donde pasear, y además generaríamos unas diecinueve veces más energía de la que generamos con las placas solares. Obviamente, habría que ver qué coste económico tendría semejante apuesta. En estas líneas sólo estoy comentando cuestiones físicas. Además, tampoco parece prudente dejar completamente de lado una fuente de energía tan relativamente abundante en estas latitudes (que es, por cierto, lo que ha hecho el gobierno con la energía nuclear al prohibir por decreto la explotación de las reservas de uranio que hay en España y pretender cerrar los reactores actualmente en funcionamiento).

En cualquier caso, escribo con el ánimo de ayudar a hacernos conscientes de que la obtención de energía siempre tiene un precio, siempre se hace a costa de algo, nunca es gratis. La civilización se construye invariablemente pactando con la realidad, nunca dándole la espalda. Por eso es conveniente conocer la realidad… y el precio que nos va a cobrar.

Mi opinión personal es que será en el espacio donde la energía solar podrá desarrollar todo su potencial: cerca de la órbita de la Tierra se podrían instalar grandes extensiones de placas solares (o mejor aún: paneles solares flexibles) que recogieran parte de la ingente cantidad de energía que emite el Sol. En el espacio no importa cuán extensos sean estos campos solares, y la luz del Sol sería una fuente virtualmente inagotable e ininterrumpida de energía. Desde estas instalaciones se podría enviar en forma de rayos de microondas hacia nuestro planeta, donde la podríamos transformar en corriente eléctrica. Esta idea no es nueva: ya la propuso el físico Gerard K. O’Neill en los años setenta (3). Hoy en día sigue siendo ciencia ficción, pero no es una idea descabellada en absoluto, al contrario: en la opinión de muchos, junto con la fusión, es el futuro de la Humanidad.

Planta solar fotovoltaica Francisco Pizarro (Cáceres).

Central nuclear de Almaraz (Cáceres)

Fuentes:

(1) https://www.iberdrola.com/conocenos/nuestra-actividad/energia-solar-fotovoltaica/planta-fotovoltaica-nunez-de-balboa, https://es.wikipedia.org/wiki/Central_nuclear_de_Asc%C3%B3

(2) https://cnnespanol.cnn.com/2019/09/16/la-energia-nuclear-podria-ser-la-fuente-de-energia-limpia-que-el-mundo-necesita#:~:text=Un%20solo%20reactor%20nuclear%20utiliza,%2C%20transporte%2C%20transmisi%C3%B3n%20y%20almacenamiento

(3) https://es.wikipedia.org/wiki/Gerard_K._O%27Neill

Víctor Guisado Muñoz

domingo, enero 26, 2025

FUEGO EN LA TIERRA

Niño trabajador en la mina Brown, West Virginia (1908)
Niño trabajador en la mina Brown, West Virginia (1908, Lewis Hine)

Acabo de leerme el relato “Fuego en la tierra”, de Cixin Liu. Aunque no lo parezca, es el que da título a la recopilación de relatos “Sostener el cielo”. Ahora mismo tengo la impresión de que si la gente tiene miedo de las centrales nucleares es porque no sabe lo que es el incendio de una mina de carbón; cuidado: no el incendio de las instalaciones de la mina sino el de la propia veta de carbón. Cuando la veta arde, es imparable. Huye.

Sé que, a poco que reflexione, esta impresión se va a ir diluyendo, o matizando: al fin y al cabo, un incendio como el que se dio en Chernobyl también es aterrador. Definitivamente aterrador. Los demonios que se esconden en las profundidades del núcleo atómico son dignos de respeto, nadie lo pone en duda; lo que ocurre es que desconocía la magnitud de aquellos que están encadenados en los enlaces químicos entre carbono y carbono, y ahora que los he descubierto en toda su magnitud literaria gracias a Cixin Liu creo que no tienen nada que envidiar a aquellos que mueven las turbinas de las centrales nucleares.

En fin, en cualquier caso, que no cunda el pánico: sobreviviremos. Como dice uno de los personajes del relato: no se derrumbará el cielo. Sobreviviremos e incluso progresaremos (espero). Sin embargo, aquellos que crean que el peligro empezó con el poder nuclear, o con la tecnología del siglo XX, o hace unos pocos siglos, con la revolución industrial, es que no conocen el mundo en el que viven, ni mucho menos el precio del progreso; no saben de los monstruos con los que hay que lidiar día a día, momento a momento, para sostener la civilización. Prácticamente se podría decir que progresar es domesticar monstruos. El peligro empezó en el mismo momento en que decidimos aliarnos con el fuego, y cada vez que nos vestimos, comemos o apretamos un interruptor decimos sí: decidimos seguir negociando cara a cara con los demonios que sostienen nuestro mundo.

Víctor Guisado Muñoz, 2025