Mi respuesta:
Miguel, el tema me interesa mucho y te agradezco que me hayas etiquetado. He de aclarar, sin embargo, que estoy en desacuerdo con algunos aspectos de tu artículo. En otros puntos estoy totalmente de acuerdo, y desde luego comparto la preocupación que manifiestas en tu escrito. Es un tema muy complejo. Intentaré exponer mi postura de la forma más ordenada posible. Para empezar, creo que habría que distinguir entre el cuerpo de conocimiento científico bien establecido y la utilización comercial de estos conocimientos científicos. Creo que hoy en día, gracias a la cantidad de conocimiento acumulado desde los tiempos de Santiago Ramón y Cajal, estamos en la mejor posición de la historia a la hora de tratar no sólo los trastornos que implican al cerebro sino cualquier otra situación que cause dolor y sufrimiento. Evidentemente, no es suficiente: queda muchísimo camino por recorrer, pero estoy seguro de que la Humanidad lo recorrerá poco a poco (ojalá lo más rápidamente posible). Sí es verdad que falta sabiduría a la hora de aplicar este ingente conocimiento que tras muchos años de esfuerzo se ha logrado asentar. Los intereses económicos de las farmacéuticas, la ignorancia y las limitaciones características de los seres humanos individuales juegan muchas veces en contra de conseguir una visión clara de la realidad. No voy a entrar a valorar el DSM, pues no soy especialista. Pero sí me gustaría apuntar que venimos de épocas en las que una ignorancia total cubría como un grueso velo negro nuestros ojos, y toda esa oscuridad no era poblada, salvo excepciones, por literatura y poesía sino por superstición, miedo y sufrimiento. Tengo la convicción de que no podemos olvidar de dónde venimos. Y, por supuesto, tampoco podemos olvidar mejorar a partir del punto donde nos hallamos. La crítica necesaria para esta mejora, se la dejaré a los especialistas. En todo caso, como ciudadano, les recordaré siempre que tenga ocasión, tal y como haces tú en tu artículo, su enorme responsabilidad y lo que debería ser un compromiso insobornable con el código deontológico de su profesión.
También me gustaría hacer un par de
comentarios basados en mi experiencia personal. Soy consciente de su
valor meramente anecdótico debido a lo limitado de las experiencias
personales.
El primero, y más importante, es sobre
el TDAH. Decía antes que no soy especialista, sin embargo, mis
quince años de experiencia como profesor me llevan a pensar que sí
existe este trastorno (y creo que hay consenso en este sentido entre
psicólogos y médicos). Ahora bien, también es verdad que,
probablemente, esté sobrediagnosticado. Esto lo admitió el propio
Leon Eisenberg, el psiquiatra que incluyó por primera vez este tipo
de trastorno en el DSM. Por cierto, en algunas webs aseguran que este
señor afirmó antes de morir que el TDAH era una enfermedad
ficticia, pero no es cierto: lo que dijo es que estaba
sobrediagnosticado, que es muy diferente. He encontrado este artículo
en la web donde lo explica con más detalle: "Lo que realmente dijo Leon Eisenberg"
De este mismo artículo extraigo: “Para el diagnóstico del TDAH se han establecido que deben presentarse al menos seis o más síntomas de inatención (descuido de detalles, dificultades de mantenimiento de la atención, mente ocupada que hace no escuchar, no finalización o seguimiento de tareas o instrucciones por distracción, dificultades de organización, pérdida de elementos, evitación de tareas sostenidas en el tiempo, distracción fácil, olvido de actividades cotidianas) y/o seis síntomas de hiperactividad e impulsividad (jugueteo constante, se levante en circunstancias en que debería permanecer sentado, inquietud motora, habla excesiva, dificultad para la espera de turno, interrupción de las actividades de otros, anticipación a la respuesta del otro en una conversación llegando a terminar las frases de otros, incapacidad de jugar con tranquilidad, correteo en situaciones inapropiadas).
Algunos de estos síntomas pueden parecer normales a determinadas edades, pero para el diagnóstico del TDAH se exige que sean mantenidas durante seis meses en un grado que no corresponda con el nivel de desarrollo del sujeto, teniéndose en cuenta la edad y el nivel intelectual del sujeto. Es decir, en el diagnóstico se tiene o debería tener en cuenta que los síntomas se den de forma anómala o exagerada. También se tiene en cuenta que la sintomatología no se de en un único ambiente o situación, sino que se dé de una manera generalizada en al menos dos ambientes diferentes (descartándose pues que únicamente se dieran en la escuela) y produciéndose un deterioro claro de las actividades del individuo.”
El cartel que viste en la farmacia tal vez sea desafortunado y superficial, como toda publicidad, pero el tema es serio y, creo, hoy en día se intenta tratar con la máxima seriedad posible, al menos por parte de los profesionales que estamos en contacto con él. Por supuesto, no estoy apelando a la medicalización de todos los niños que sean diagnosticados con TDAH: apelo al correcto diagnóstico. Quizá haya casos que con un tratamiento psicológico tengan suficiente. No lo sé: deben decidirlo los especialistas. He tenido alumnos con TDAH medicados durante años que han conseguido acabar el bachillerato y empezar estudios superiores. Otros, poco menos que a la deriva por no aceptar el diagnóstico, o por miedo a la medicación, no conseguían acabar ni la ESO. Estos alumnos en los que estoy pensando no eran simplemente inquietos, ni “rebeldes”, sino personas incapaces de tener una experiencia vital satisfactoria y provechosa. Ellos, y sus familias, sufrían muchísimo durante años. Los tratamientos no les solucionaban mágicamente el problema, pero al menos les ayudaban en su difícil camino personal. Por cierto, si ya el consumo de drogas es malo en la adolescencia (y, de hecho, en cualquier edad), en estos casos es simple y llanamente devastador.
El segundo comentario es más general. Me sorprende el miedo al estudio científico de la realidad en general y del cerebro humano en particular que parece traslucirse en no pocos escritos de personas que se vinculan tradicionalmente al campo de las letras (a mí personalmente me horroriza la distinción entre ciencias y letras). Da la impresión de que algunos escritores, cineastas y artistas en general crean que el estudio sistemático y cuantificado de todos los procesos naturales implique una deshumanización del ser humano. Mi experiencia, por el contrario, es toda la contraria: el conocimiento lo más exacto posible de la realidad lleva a una mayor empatía con nuestros semejantes y a un enriquecimiento profundo de la experiencia humana. Las mismas leyes físicas que permiten y controlan el vuelo de un avión, rigen el bombeo de la sangre a través de venas y arterias (y no es una metáfora), la misma electricidad que se produce en placas solares o centrales nucleares es la que alumbra el bosque de neuronas de nuestro cerebro. No hay una frontera que nos separe del mundo. Nuestro cuerpo también es Física, Química y Biología, y saberlo y profundizar en ese conocimiento no es un tema ni trivial ni secundario, de hecho, creo que es un camino imprescindible a seguir si queremos ser realmente lo más libres que podamos. De la misma forma que ya nadie hoy en día pensaría que tras el vuelo de un cometa actúa una voluntad divina, tampoco se le cruzará a nadie por la cabeza achacar los trastornos mentales a fuerzas oscuras más allá de nuestra comprensión. Si hay algo en el ser humano que esté más allá de la comprensión de éste, o de su capacidad de cuantificación, ya se verá; en cualquier caso, la dignidad humana no depende de si el ser humano es incuantificable o no, sino de su propia condición humana, y ésta no está en peligro por mucho conocimiento científico que acumulemos sobre nosotros mismos. Creo que el conocimiento científico del propio ser humano enriquecerá la experiencia humana y la ampliará, en lugar de limitarla, y que es, muy probablemente, un elemento necesario para lograr una visión completa del ser humano y, no sólo eso, sino también mayor empatía, menos culpabilización y más libertad. Eso sí: un gran poder implica una gran responsabilidad y, por lo tanto, es muy cierto que debemos mantenernos vigilantes sobre el uso que se haga de este conocimiento.
Para acabar, me gustaría compartir esta entrevista que le hizo Iñaki Gabilondo a Rafael Yuste, neurobiólogo español e ideólogo del proyecto BRAIN:
Primera parte (20')
Algunos de estos síntomas pueden parecer normales a determinadas edades, pero para el diagnóstico del TDAH se exige que sean mantenidas durante seis meses en un grado que no corresponda con el nivel de desarrollo del sujeto, teniéndose en cuenta la edad y el nivel intelectual del sujeto. Es decir, en el diagnóstico se tiene o debería tener en cuenta que los síntomas se den de forma anómala o exagerada. También se tiene en cuenta que la sintomatología no se de en un único ambiente o situación, sino que se dé de una manera generalizada en al menos dos ambientes diferentes (descartándose pues que únicamente se dieran en la escuela) y produciéndose un deterioro claro de las actividades del individuo.”
El cartel que viste en la farmacia tal vez sea desafortunado y superficial, como toda publicidad, pero el tema es serio y, creo, hoy en día se intenta tratar con la máxima seriedad posible, al menos por parte de los profesionales que estamos en contacto con él. Por supuesto, no estoy apelando a la medicalización de todos los niños que sean diagnosticados con TDAH: apelo al correcto diagnóstico. Quizá haya casos que con un tratamiento psicológico tengan suficiente. No lo sé: deben decidirlo los especialistas. He tenido alumnos con TDAH medicados durante años que han conseguido acabar el bachillerato y empezar estudios superiores. Otros, poco menos que a la deriva por no aceptar el diagnóstico, o por miedo a la medicación, no conseguían acabar ni la ESO. Estos alumnos en los que estoy pensando no eran simplemente inquietos, ni “rebeldes”, sino personas incapaces de tener una experiencia vital satisfactoria y provechosa. Ellos, y sus familias, sufrían muchísimo durante años. Los tratamientos no les solucionaban mágicamente el problema, pero al menos les ayudaban en su difícil camino personal. Por cierto, si ya el consumo de drogas es malo en la adolescencia (y, de hecho, en cualquier edad), en estos casos es simple y llanamente devastador.
El segundo comentario es más general. Me sorprende el miedo al estudio científico de la realidad en general y del cerebro humano en particular que parece traslucirse en no pocos escritos de personas que se vinculan tradicionalmente al campo de las letras (a mí personalmente me horroriza la distinción entre ciencias y letras). Da la impresión de que algunos escritores, cineastas y artistas en general crean que el estudio sistemático y cuantificado de todos los procesos naturales implique una deshumanización del ser humano. Mi experiencia, por el contrario, es toda la contraria: el conocimiento lo más exacto posible de la realidad lleva a una mayor empatía con nuestros semejantes y a un enriquecimiento profundo de la experiencia humana. Las mismas leyes físicas que permiten y controlan el vuelo de un avión, rigen el bombeo de la sangre a través de venas y arterias (y no es una metáfora), la misma electricidad que se produce en placas solares o centrales nucleares es la que alumbra el bosque de neuronas de nuestro cerebro. No hay una frontera que nos separe del mundo. Nuestro cuerpo también es Física, Química y Biología, y saberlo y profundizar en ese conocimiento no es un tema ni trivial ni secundario, de hecho, creo que es un camino imprescindible a seguir si queremos ser realmente lo más libres que podamos. De la misma forma que ya nadie hoy en día pensaría que tras el vuelo de un cometa actúa una voluntad divina, tampoco se le cruzará a nadie por la cabeza achacar los trastornos mentales a fuerzas oscuras más allá de nuestra comprensión. Si hay algo en el ser humano que esté más allá de la comprensión de éste, o de su capacidad de cuantificación, ya se verá; en cualquier caso, la dignidad humana no depende de si el ser humano es incuantificable o no, sino de su propia condición humana, y ésta no está en peligro por mucho conocimiento científico que acumulemos sobre nosotros mismos. Creo que el conocimiento científico del propio ser humano enriquecerá la experiencia humana y la ampliará, en lugar de limitarla, y que es, muy probablemente, un elemento necesario para lograr una visión completa del ser humano y, no sólo eso, sino también mayor empatía, menos culpabilización y más libertad. Eso sí: un gran poder implica una gran responsabilidad y, por lo tanto, es muy cierto que debemos mantenernos vigilantes sobre el uso que se haga de este conocimiento.
Para acabar, me gustaría compartir esta entrevista que le hizo Iñaki Gabilondo a Rafael Yuste, neurobiólogo español e ideólogo del proyecto BRAIN:
Primera parte (20')
Segunda parte (20')
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