miércoles, febrero 05, 2020
EL LABERINTO INVISIBLE
I. Hijo del caos.
Mi hermano lleva enredados en su cabello cinco asteroides silenciosos, varias luciérnagas capitán y quién sabe cuántas metáforas de eco nulo. Intento que no pruebe todo lo que encuentra por el camino ni entregue su saber al primer charco espejo que le llame la atención. Le hablo de los peligros que hay en el mundo, de por qué debe evitar las sanguilijuelas por muy bonitos colores que tengan... ¡De las serpiguepardos! E imito su ataque para infundirle miedo. Le explico que no somos invulnerables y también le cepillo el pelo a menudo para que el tráfico de información no queme sus bosques neuronales. Lo hago siempre con miedo: temo provocar una calamidad... ¡El mundo es tan frágil!... Desviar un planeta de su órbita, estrellar un satélite, licuar un casquete polar o desencadenar tormentas y terremotos... Pero es inútil, tanto mi miedo como mi esfuerzo: al día siguiente vuelve a tener el cabello poblado de insectos guía y sondas ubicadas en los puntos Lagrange más alejados. A pesar de mi cariño y mi esmero, nunca logro captar por completo su atención. Le enseño por la mañana la huella de los relámpagos que peinan el horizonte al anochecer, y él acaricia los troncos carbonizados y la tierra cristalizada. Le muestro con mis manos sobre su frente los huracanes que crecen en el océano, los rayos cósmicos que nos alcanzan continuamente, los parásitos ajenos a la torre de cristal en la que guarda su mirada, y aun así no entiende los peligros del mundo. Siempre está tan sediento y hambriento que se lanza al mundo sin paciencia ni miedo, en busca de una saciedad tan tiránica como el hambre. Es un atolondrado. Mi hermano es hijo del caos. Habita espacios que sólo tangencialmente conectan con los míos. Nunca mira al suelo, ni siquiera cuando caminamos por los senderos más accidentados. No le importan las piedras, ni los hoyos; sólo el horizonte, el aire, el agua, las nubes y la cascada invertida que se ve a lo lejos alzándose hacia las estrellas. Le sugiero que pruebe los minerales, que lama las piedras y los cristales, inofensivos, que en sus redes ordenadas y en sus brillos discretos, le digo, también están escritos los secretos del universo que habitamos. Pero no atiende, y continúa absorto en realidades que le llegan a la piel a través de sensores lejanos.
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