viernes, febrero 24, 2006
Un albaricoque parlanchín
Mi hermana no aprobaba Física porque se ponía a llorar. Era por empatía con los pasajeros de los trenes que chocan. Yo intentaba explicarle estos problemas y ella me preguntaba con cara compungida ¿Pero son de mercancias o de pasajeros? El resto de mis alumnos de clases particulares me preguntaban: ¿Qué fórmula tengo que utilizar? Esta pregunta siempre me ha sacado de quicio (aún me la hacen). Si me han de preguntar algo, prefiero la pregunta de mi hermana. Intentando explicarle los problemas de Física me inventé infinidad de personajes y cuentos: uno de los personajes que más éxito tuvo fue un albaricoque parlanchín (Albarcoc), y uno de los cuentos contaba la historia de amor entre una hormiga y un melocotón,... en fin, historias. El caso es que mi hermana suspendió Física. En cuanto a las Matemáticas... durante su último examen de matemáticas el profesor le dijo: Señorita Guisado, ¿quiere usted hacer el favor de dejar de mirar por la ventana y hacer el examen? Ay, no, ese no fue su último examen de matemáticas. En el último, en lugar de mirar por la ventana se dedicó a mirar al examen de un compañero. Evidentemente, estaba destinada a tener ataques de asma: la empatía actualmente es un valor que cae en picado en el mercado de valores de la evolución.
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4 comentarios:
Para bien o para mal, es todo cierto. Y Albarcoc curó muchos de mis ataques de asma, que se convertían en ataques de ansia, porque aún no estaba diagnosticado.
Nunca se me ocurrió pensar en los trenes como trenes, ni en las bolas de cañón que describían parabolas, ni en esos péndulos condenados a oscilar por el resto de la eternidad. Para mí eran tan sólo el punto A y el punto B. Tal vez por eso las ciencias sí se me daban bien, porque con ellas me abstraía de cualquier humanidad.
Me he sentido muy identificada con el odio a esos niños que lo único que querían saber era qué fórmula utilizar. Jamás expliqué así la física. Me parecía imprescindible que la averiguaran ellos mismos. Así que al final, los que acababan odiándome eran ellos a mí. Pero ninguno de ellos, después de haber suspendido invariablemente todos los exámenes, bajó nunca del notable.
Me gustaba dar clases de ciencias.
Bueno, Danae, odio... lo que es odio... ganas de darles unos cuantos latigazos, sólo, nada más, algo suave, para que se desperataran y valoraran la lucidez. Pero sin mal rollo, vamos.
Precioso post. Un beso.
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