martes, noviembre 16, 2004

Para entretenerse no hacen falta videojuegos

Ayer por la tarde salí a caminar por el bosque. Hacía mucho viento y mucho frío y cuando el sol acabó de esconderse tras el horizonte el bosque quedó sumido en las tinieblas que preceden a la noche cerrada. Iba a ser una noche fría y desapacible, pero mientras llegaba, la penumbra seguramente era lo más parecido a una noche invernal escandinava, con sol de medianoche y en medio de un bosque espeso, que se puede encontrar en noviembre al lado del Mediterráneo. Habia subido a un montículo en la cima del cual hay restos de un poblado íbero y bajaba ya por una pista forestal que serpentea por el otro lado de la ladera hasta prácticamente la entrada del pueblo cuando, de repente, a mi derecha y por encima de mi cabeza, oí un chirrido seco y penetrante que se distinguía claramente por encima del bufido del viento soplando entre las copas de los árboles. Me detuve en seco y miré hacia mi derecha y hacia arriba. Vi los árboles meciéndose con el viento. Sus copas negras aún se recortaban nítidamente contra un cielo grisaceo. Se volvió a oír el chirrido, alto y claro, pero yo no localicé su origen. Estaba intrigado sobre cuál podría ser la fuente de ese ruido, me parecía demasiado metálico. Probablemente si lo hubiera oído en un taller de mecanizado de piezas no hubiera prestado atención, pero ahí en el bosque la captaba toda. Mientras observaba, por debajo del bufido del viento y de los árboles bailando a su son, se podía percibir la quietud del anochecer, cuando los animales nocturnos aún no se han atrevido a salir de sus escondrijos y los diurnos ya se han recogido y están durmiendo. ¡De nuevo, sin previo aviso, el chirrido! Pero esta vez vi claramente una rama cortada de un árbol rozar contra la corteza de otro árbol al ser agitados ambos por el viento, justo en el momento en que oía el chirrido. “Ah, así que es eso” pensé “una rama rozando contra la corteza de un árbol”. La rama estaba cortada y parecía un punzón de picar hielo suspendido en el aire. Era curioso porque el ruido que producía al rozar contra la corteza del otro árbol tenía unos regustos metálicos que jamás hubiera creído posibles con madera. El caso es que, una vez averiguado de dónde venía ese sonido tan raro, sonreí y continué mi paseo. Y el caso es también que no hacía ni cinco segundos que estaba caminando de nuevo cuando oí un crujido tremendo a mis espaldas. Me giré asustado y pude ver cómo el árbol contra el cual rozaba la rama recorría los últimos metros de una caída que había iniciado cuando yo miraba hacia otro lado. El árbol se había erguido justo al lado del camino y cuando cayó quedó atravesado en él, como la barrera de una aduana improvisada. Volví hacia atrás con la boca abierta, con cierta frecuencia había visto árboles caídos en medio de caminos o sendas que suelo frecuentar en mis paseos, y siempre me preguntaba cómo y cuándo habría sucedido la caída del árbol y nunca, hasta ese momento, había sidotestigo de la caída de uno. Por cierto, cayó justo donde yo había estado investigando el origen del chirrido, ni un metro más allá ni un metro más acá, justo donde mis pies habían estado plantados mientras mis ojitos miopes miraban el cielo durante un buen rato. Me libré por cinco segundos... bueno, quizá fueran cinco pasos y cuatro segundos, no lo sé. La lástima es que si hubiera aguantado unos segundos más, si no hubiera visto esa rama rozando al árbol o si me hubiera quedado contemplándola unos segundos, hubiera sido testigo de cómo todo un señor árbol se me venía encima. Supongo que me hubiera dado tiempo a apartarme.
(No hice más fotos porque la batería de la cámara estaba sequita y después de hacer la que hice la cámara no podía ni encenderse para decirme que se apagaba por falta de batería -me había despistado y me había llevado la cámara casi sin batería, por lo que había estado haciendo fotos todo el rato en ese plan, forzando la cámara aunque se apagara por falta de batería, pero ya no daba más de sí la pobre).

1 comentario:

Editor de CSS dijo...

Y que conste que, a pesar del título, no tengo nada contra los videojuegos, todo lo contrario, que a mí me encantan, sólo hace falta ver lo embobado que me quedo mirando las presentaciones que ponen en la planta de informática del fnac.