sábado, abril 22, 2006
Todas las neveras de mi infancia.
miércoles, marzo 29, 2006
Gutenberg 2006

domingo, marzo 12, 2006
ADOCTRINAMIENTO DE UNA NIÑA (MEDIANTE VARITAS DE MERLUZA)
Saps, ara quan tornava cap a casa un home s'ha tret la jaqueta quan passava i me la tirat als peus i jo volia esquivar-la però ha insistit que la trepitxés i saps que, l'he trepitxat -per pur esgotament mental i físic i potser etílic- i l'he fet l'home més feliç del món.
(Sabes, ahora, cuando volvía a casa, un hombre se ha quitado la chaqueta y cuando pasaba la ha tirado a mis pies y yo quería esquivarla pero ha insistido en que la pisara y sabes qué, la he pisado –por puro agotamiento mental y físico y puede que etílico- y le he hecho el hombre más feliz del mundo)
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Sé de una escuela con nombre de profeta (allí trabajo) donde lavan la cara a la bondad.
¿Quién dijo aquello... quien hace daño a uno de mis pequeños me lo está haciendo a mí?
Ayer vi a una niña en el comedor de la escuela llorando en silencio.
_ ¿Qué te pasa?_ le pregunté.
_ No puedo comerme el pez porque siento pena.
Me quedé sorprendida y maravillada y también un poco sobrecogida ante aquella niña que no quería comer el pescado porque a sus ojos se le aparecía no como un pez muerto en forma de varitas de merluza sino como un pez vivo que nadaba libre por el mar... Y de la impresión caí en una de mis ensoñaciones y me imaginé la merluza viva y el immenso comedor se convirtió en un pequeño mar donde nadábamos felices los peces y yo... ummm... cuanta felicidad y gratitud a la vida... que bruscamente se vio interrumpida por el pinchazo de un anzuelo:
_ ¿Has sido tú quién ha dicho a la niña que podía no comerse el pescado?
En fin, que podía decir... (me habían pescado)
_ Sí.
Al final obligaron a la niña a comerse las varitas de merluza.
Pero a mi esta niña me gustó, me gustó su conciencia tan pura del mundo y me emocionó su radical bondad por la vida. Y sí, también me gustó volver a oler el mar y sentir su sabor tan intenso... Pero que sinsabor el despertar por el hierro clavado en el espinazo: triste suerte la del pez que es pescado.
miércoles, marzo 01, 2006
Vulnerabilidad de los vigías en invierno

La sonrisa de Yuri Gagarin en esta foto me recuerda a la de la Gioconda. Yuri Gagarin fue el primer hombre que vio la Tierra desde el espacio, en 1961. Al ver nuestro planeta azul a sus pies exclamó: "Veo la Tierra, ¡es tan hermosa!. Pobladores del mundo, salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos". Murió con 34 años de edad, cuando ya había decidido volver al espacio en una de las misiones Soyuz. Era piloto de pruebas y se estrelló en uno de sus vuelos, en el mes de marzo de 1968.
Perdemos siempre, Ulises, a los mejores hombres
qué dirás esta noche ante el océano
cuando se apaguen las antorchas
Alzaré la voz por encima de lo oscuro
y por cada ola que se extinga en la arena
a mis pies diré uno de sus nombres
para que así las murallas de Troya sepan
que incluso las montañas más altas se deshacen en arena
ante los mejores hombres.
viernes, febrero 24, 2006
Un albaricoque parlanchín
jueves, febrero 23, 2006
Primer informe de situación de 2006
martes, febrero 21, 2006
Victorias cotidianas
sábado, febrero 18, 2006
Botánica proletaria y botánica burguesa
sábado, febrero 04, 2006
Los bigotes de Freddy Mercury

El viernes hice de Freddy Mercury en una representación que organizó el colegio salesiano donde trabajo con motivo de la fiesta de Don Bosco, el fundador de la congregación salesiana. Canté -bueno, en fin, moví la boca- durante 50 segundos siguiendo el play-back del tema We are the champions, de Queen,... y ante la dirección del colegio y un teatro abarrotado de alumnos. Un par de compañeros profesores me acompañaban en el escenario, pero su dignidad estaba a salvo porque llevaban pelucas y dudo que alguien les reconociera. Yo, en cambio, salí sin mis inseparables gafas y tuve que pintarme el bigote con lápiz de ojos porque el mostacho que me había comprado en una tienda de disfraces se despegaba con facilidad. Los alumnos coreaban el we are the champions y se partían de risa, todo a la vez. Ninguno de ellos sabe que hace unos años en la Facultad de Física de la Universidad de Barcelona unos compañeros creyentes cristianos católicos se opusieron a que estampáramos camisetas con la foto que encabeza este artículo. El texto que acompañaba a la foto era: Dios no juega a los dados... juega a los bolos. Y luego iba: Física y los años de la promoción. La foto era de una obra de arte que se exponía en aquellos momentos en Londres (no recuerdo ahora mismo el nombre del artista, lo siento). A mí la verdad es que me traía sin cuidado qué estampación tuviera la camiseta de aquel año pero cuando mi amigo Carles subió a la clase y nos contó que un grupo se negaba a estampar esa camiseta porque decían que era ofensiva, tomé cartas en el asunto. La frase me parecía francamente divertida. Yo y unos cuantos montamos una campaña de defensa no ya de la libertad de expresión sino de la libertad creativa. No porque quisieramos molestar, ofender, incordiar o reírnos de las creencias de nadie, sino simplemente porque la frase combinada con esa imagen nos parecía divertida. Un compañero me preguntó si yo aceptaría una camiseta en la que se ofendiera a Buda. Le contesté: primero, no creo que nuestra camiseta ofenda al Papa; segundo, si una camiseta me pareciera ofensiva, simplemente no la compraría y ya está; tercero, he deconvivir día a día con cosas que me parecen realmente ofensivas, como por ejemplo que haya guerras en el mundo y la riqueza y las oportunidades de acceder a ella estén tan injustamente repartidas en el mundo. Eso sí que es ofensivo. ¿Por qué no se queman las casas de los fabricantes de armas? A mi las armas me ofenden profundamente, muy profundamente, y a nadie parece importarle. Al final me compré varias camisetas. Eso sí, no la llevo en el trabajo, qué le vamos a hacer. En el trabajo a veces llevo bigote. Exactamente ... ¿qué fracción de la Humanidad ha dejado atrás la Edad Media, Freddy?
sábado, enero 28, 2006
El gran fracaso de la transición española
viernes, enero 20, 2006
¿Por qué no escupir helado a los osos?

Confieso que cuando era niño jugaba a bombardear hormigueros en un parque que había cerca de mi casa. Lanzaba piedras sobre las indefensas hormigas y me dedicaba a ver su reacción. Para mi era como jugar con clikcs de famóbil (esos muñequitos de la era prePlayStation con los que te podías inventar mil y una películas). Supongo que las cosas empezaron a cambiar cuando tuve por primera vez animales en casa. Y supongo que los documentales sobre animales que veía con mi padre también tuvieron su papel en mi pacificación. No recuerdo muy bien cuándo dejé de destrozar hormigueros para ver qué pasaba, pero sí sé perfectamente que el día en que mi gata Alfombra tuvo gatitos por primera vez en mi casa fue un punto de inflexión en lo que a mis opiniones sobre los animales respecta. Aquel día mi hermana y yo estábamos solos en casa y la gata Alfombra (que aún vivía en el patio) empezó a maullar desconsoladamente. Cuando nos asomábamos al patio la veíamos mirando hacia arriba y si nos metíamos en casa sin hacerla mucho caso maullaba con aún más desconsuelo. Al principio no entendíamos y, la verdad, simplemente esperamos a que se le pasara. Sin embargo, como no paraba, al cabo de un rato bajamos a ver qué le pasaba y entonces nos dimos cuenta de que había roto aguas. Como mi hermana esperaba que un grupo de amigos llegara en breve, cogí a Alfombra entre mis brazos y la subí hasta la terraza de arriba, donde solemos tender la ropa en mi casa y donde estaría más tranquila. Luego buscamos un trozo de tela vieja para que la gata no estuviera en el suelo y lo único que encontramos fue una camisa vieja que mi madre tenía en un armario de la cocina preparada para hacer trapos con ella. Cuando subimos la camisa y pusimos a la gata en la tela, llegaron los amigos de mi hermana. Mi hermana estuvo un rato charlando con ellos y al final se fueron todos. Yo me quedé solo con Alfombra. Veía que al animal cada vez le dolía más pero no sabía qué podía hacer. De repente asomó el rabo de una de las crías y comprendí que lo que ocurría es que los gatitos venían de culo. Mi desesperación aumentó. Me sentía completamente impotente. Si no tiraba del rabo, temía que el gatito muriera asfixiado; si tiraba, temía hacer un daño espantoso tanto a la madre como a la cría. En fin, yo en aquel momento estudiaba Física, tenía una ligera idea de cómo resolver ecuaciones diferenciales, pero aquello no se parecía en nada a nada que se pudiera describir con matemáticas y me desbordaba. Decidí bajar a casa y llamar a una amiga de la Facultad, que había tenido animales desde niña y quizá pudiera darme alguna idea y, si no... daba igual, necesitaba hablar con alguien. Me levanté, me alejé de la gata, que seguía tendida sobre la camisa gimiendo de dolor, franqueé la puerta de la terraza y empecé a bajar la escalera que me llevaría hasta casa. Lo que ocurrió fue que no había llegado ni a la mitad de trayecto cuando oí de nuevo el maullido doliente de mi gata. Me giré y cuál sería mi sorpresa al verla detrás de mi. Me había seguido medio arrastras, con el rabo de una de sus crías asomando ya al mundo, y ahora me miraba desde la escalera, unos escalones por encima de mí. No sé muy bien cómo funciona la mente de un gato ni cuántos genes compartimos con esta especie de mamíferos pero tuve la profunda impresión de que no quería que la dejara sola. La cogí entre mis brazos de nuevo y ya no me separé de ella. Mi amiga no pudo ayudarme mucho: simplemente me dijo que le pusiera un recipiente con agua cerca, que dejara que la naturaleza siguiera su curso y que no retirara la placenta porque muchas veces se la comían para recuperar fuerzas. La naturaleza siguió su curso y, a pesar de la pifia inicial, los tres gatitos salieron sanos y salvos. La madre, Alfombra, también salió bien parada y, una vez pasados los dolores y ya más tranquila, dio por finalizada la tregua entre hombres y gatos y agarró sus tres gatitos y se escondió con ellos en un lugar recóndito del patio que no voy a revelar aquí. No la volvimos a ver hasta muchos días después. Y cuando finalmente aceptó vivir en familia con nosotros, yo era el único que podía tocar los gatitos recién nacidos de camadas posteriores que tuvo, no toleraba que nadie más los tocara ni mucho menos los transportara (bufaba a todo el resto de miembros de la familia que osaran acercarse). Me pasaron muchas más cosas con la gata Alfombra pero no quiero extenderme más, y tampoco creo que sea necesario. Creo que después de lo que acabo de explicar basta para comprender mi desconfianza hacia personas que por ser Homo Sapiens Sapiens se consideran en una esfera aparte y por encima de todo el resto del reino animal, y no digamos ya del vegetal. También he llegado a la conclusión de que el dolor y el sufrimiento es dolor y sufrimiento sea cual sea el cuerpo que lo contenga, y que la violencia es violencia sea cual sea el ser víctima de ella. Para ver que los animales sufren y son víctimas sólo hay que mirar con un poco de atención a nuestro alrededor. Mi alrededor hace unos días era el zoo de Barcelona. No sé qué es lo que mira la gente cuando camina por la calle, y mucho menos cuando está rodeada de animales. Mejor dicho, no sé lo que ven cuando miran. Supongo que hay dos planetas diferentes en la misma Tierra, que cada uno de ellos se construye a partir de lo que ven diferentes miradas en unos mismos entes físicos, y supongo que si hay uno con cinco mil millones de habitantes, yo vivo en el otro, en el que hay un continente para cada habitante. Grito todo esto porque yo no sé qué soy si el hombre que escupió helado al oso era Homo sapiens sapiens, porque oso no soy, pero tampoco soy hombre porque yo vi cómo un hombre escupía helado a un oso del zoo de Barcelona, y cómo otros hombres le reían la gracia, y yo no reía, ni siquiera sonreía, de hecho por poco se me olvida respirar de lo atónito que estaba. Y entonces ¿qué soy yo si no escupo helado a los osos ni disfruto cuando humillan a los guepardos encerrándoles en jaulas? Porque oso no soy, mis genes lo demuestran, pero tampoco soy hombre, como demuestra mi asombro. Yo miraba a los ojos del oso y entendía mejor al oso que al hombre. Os lo juro: el oso miraba hacia arriba, hacia donde estábamos nosotros, y el hombre le escupió un trozo del helado que se estaba comiendo, y se lo escupió para demostrar a sus hijos, quienes le acompañaban, junto con otros hombres, que a los osos les gusta el helado. ¡Pero-hombre-de-Dios!, pingüino despistado, me diréis vosotros, si hombres con hijos tiran bombas contra otros hombres, ¿por qué no escupir helado a los osos?.
miércoles, enero 11, 2006
VISIÓN SURREALISTA DE UNA MANDARINA

Menciono a las mandarinas porque me encantan las mandarinas, pero en realidad esto no tiene nada que ver con ellas. O quizá sí, no estoy muy seguro, lo voy a pensar mientras escribo. Estuve en el País Vasco y vi cosas que no entiendo. No estoy hablando de nada complicado ni profundo: estoy hablando de las puertas del metro de Bilbao. Porque.... vamos a ver.... ¿alguien sabe lo que significa el signo de la foto, el que queda más abajo de los tres que están en la puerta del metro de Bilbao? El trayecto era Bilbao-Plentzia, lo digo por si sirve de algo, pero sospecho que si hubiera ido a Sestao hubiera sido el mismo signo, y el mismo también mi desconcierto. No sé, es raro ¿no? Porque vamos a ver, se supone que estos signos son una especie de lenguaje universal, ¿ o no ¿; en China no vi ninguno que no entendiera. Claro que esto es una cosa muy personal, quizá los millones de lectores de este blog lo entienden a la primera, y sin necesidad de haber estudiado semiótica. Si es así, que lo digan, por favor, que lo digan. (Como alguien sugiera que lo que significa es “permitidos los siameses, prohibidas las mandarinas”, lo denuncio).